Les recomendamos tomar apuntes y anotar sus preguntas.
Semana 5 - Agosto 13 - Agosto 20
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EL REINO DEL "FIAT" EN MEDIO DE LAS CRIATURAS
- LIBRO DE CIELO -
LA LLAMADA A LA CRIATURA AL ORDEN, A SU PUESTO Y A LA FINALIDAD PARA LA CUAL FUE CREADA POR DIOS.
VOLUMEN 1
Capt. 15.- Vol. 1 Jesús solicita a Luisa para enriquecerla y embellecerla más y unirla más íntimamente a Sí, a sostener una terrible lucha contra los demonios.
Después de que hubo pasado algún tiempo, a veces con El, a veces privada de El, un día, después de la Comunión me sentí más íntimamente unida a El, me hacía varias preguntas, como por ejemplo, si lo quería, si estaba dispuesta a hacer lo que El quería, aun el sacrificio de la vida por amor suyo, y me decía:
“Y tú dime qué quieres, si tú estás pronta a hacer lo que quiero, también Yo haré lo que quieras tú.”
Yo me sentía toda confundida, no comprendía su modo de obrar, pero con el tiempo he entendido que ese modo de obrar lo usa cuando quiere disponer al alma a nuevas y más pesadas cruces, y la sabe atraer tanto a El con esas estratagemas, que el alma no se atreve a oponerse a lo que El quiere. Entonces le decía: “Sí, te amo, pero dime Tú mismo, ¿puedo encontrar objeto más bello, más santo, más amable que Tú? Además, ¿porqué me preguntas si estoy dispuesta a hacer lo que quieres, si desde hace tanto tiempo te entregué mi voluntad y te pedí que no evitaras ni aun el hacerme pedazos con tal que te pudiera dar gusto? Yo me abandono en Ti. OH Esposo Santo, obra libremente, haz de mí lo que quieras, dame tu Gracia, pues por mí nada soy y nada puedo.” Y El me decía:
“¿Verdaderamente estás dispuesta a todo lo que quiero?”
Yo entonces me sentía más confundida y anonadada, y decía: “Sí, estoy dispuesta.” Pero casi temblando, y El compadeciéndome, seguía diciendo:
“No temas, seré tu fuerza, no sufrirás tú, sino seré Yo quien sufrirá y combatirá en ti. Mira, quiero purificar tu alma de todo mínimo defecto que pudiera impedir mi Amor en ti, quiero probar tu fidelidad, ¿pero cómo puedo ver si esto es verdad si no es poniéndote en medio de la batalla? Debes saber que quiero ponerte en medio de los demonios, les daré libertad de atormentarte y de tentarte a fin de que cuando hayas combatido los vicios con las virtudes opuestas, te encontrarás ya en posesión de esas mismas virtudes que creías perder, y después tu alma purificada, embellecida, enriquecida, será como un rey que regresa vencedor de una ferocísima guerra, que mientras creía perder lo que tenía, vuelve en cambio más glorioso y lleno de inmensas riquezas. Y entonces vendré Yo, formaré en ti mi morada y estaremos siempre juntos. Es verdad que será doloroso tu estado, los demonios no te darán paz, ni de día ni de noche, estarán siempre en acto de hacerte ferocísima guerra, pero tú ten siempre en la mira lo que quiero hacer de ti, esto es, hacerte semejante a Mí, y que no podrás llegar a esto sino por medio de muchas y grandes tribulaciones, y así tendrás más ánimo para soportar las penas.”
¿Quién puede decir cómo quedé asustada ante tal anuncio? Me sentí helar la sangre, erizar los cabellos y mi imaginación quedó llena de negros espectros que parecía que me querían devorar viva. Me parecía que el Señor, antes de ponerme en este estado doloroso, daba libertad a todo lo que debía sufrir, y me veía rodeada por todo eso, entonces me dirigí a El y le dije: “Señor, ¡ten piedad de mí! Ah, no me dejes sola y abandonada, veo que es tanta la rabia de los demonios que no dejarán de mí ni siquiera el polvo, ¿cómo podré resistirles? Para Ti es bien conocida mi miseria y cuán mala soy, por eso dame nueva gracia para no ofenderte. Señor mío, la pena que más desgarra mi alma es ver que también Tú debes dejarme. Ah, ¿a quién podré decir alguna palabra, quién me debe enseñar? Pero sea hecha siempre tu Voluntad, bendigo tu santo Querer.” Y El benignamente continuó diciéndome:
“No te aflijas tanto, debes saber que jamás permitiré que te tienten más allá de tus fuerzas; si esto lo permito es para tu bien, jamás pongo a las almas en la batalla para hacer que perezcan, primero mido sus fuerzas, les doy mi gracia y después las introduzco, y si alguna alma se precipita es porque no se mantiene unida a Mí con la oración, y no sintiendo más la sensibilidad de mi amor, van mendigando amor de las criaturas, mientras que sólo Yo puedo saciar el corazón humano; no se dejan guiar por el camino seguro de la obediencia, creyendo más en el juicio propio que en quien las guía en mi lugar, entonces, ¿qué maravilla si se precipitan? Por eso lo que te recomiendo es la oración, aunque debieras sufrir penas de muerte jamás debes descuidar lo que acostumbras hacer, es más, cuanto más te veas en el precipicio, tanto más invocarás la ayuda de quien puede liberarte. Además quiero que te pongas ciegamente en las manos del confesor, sin examinar lo que te viene dicho, tú estarás circundada de tinieblas y serás como uno que no tiene ojos y que necesita de una mano que lo guíe. El ojo para ti será la voz del confesor que como luz te iluminará las tinieblas, la mano será la obediencia que te será guía y sostén para hacerte llegar a puerto seguro. La última cosa que te recomiendo es el valor, quiero que con intrepidez entres en la batalla, la cosa que más hace temer a un ejército enemigo es ver el coraje, la fortaleza, el modo con el cual desafían los más peligrosos combates sin temer nada. Así son los demonios, nada temen más que a un alma valerosa, toda apoyada en Mí, que con ánimo fuerte va en medio a ellos no para ser herida, sino con la resolución de herirlos y exterminarlos, los demonios quedan espantados, aterrados y quisieran huir, pero no pueden, porque atados por mi Voluntad están obligados a estarse para su mayor tormento. Así que no temas de ellos, que nada pueden hacerte sin mi Querer. Y además, cuando te vea que no puedes resistir más y estés a punto de desfallecer, si me eres fiel inmediatamente vendré y pondré a todos en fuga y te daré gracia y fortaleza. ¡Animo pues, ánimo!”
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Capt. 16.- Vol. 1 Luisa supera una terrible prueba, luchando contra los demonios.
Ahora, ¿quién puede decir el cambio que sucedió en mi interior? Todo era horror para mí, aquel amor que antes sentía en mí, ahora lo veía convertido en odio atroz, qué pena el no poderlo amar más. Me desgarraba el alma el pensar en aquel Señor que había sido tan bueno conmigo, y ahora verme obligada a aborrecerlo, a blasfemarlo como si fuese el más cruel enemigo, el no poderlo mirar ni siquiera en sus imágenes, porque al mirarlas, al tener rosarios entre las manos, al besarlos, me venían tales ímpetus de odio y tanta fuerza en contra, que hacerlo y reducirlos a pedazos era lo mismo, y a veces hacía tanta resistencia, que mi naturaleza temblaba de pies a cabeza. OH Dios, qué pena amarguísima. Yo creo que si en el infierno no hubiera otras penas, la sola pena de no poder amar a Dios formaría el infierno más horrible. Muchas veces el demonio me ponía delante las gracias que el Señor me había hecho, ahora como un trabajo de mi fantasía y por eso poder llevar una vida más libre, más cómoda; y ahora como verdaderas, y me decían: “¿Esto es lo bien que te quería? Esta es la recompensa, que te ha dejado en nuestras manos; eres nuestra, eres nuestra, para ti todo ha terminado, no hay más que esperar.” Y en mi interior me sentía poner tales ímpetus de aversión contra el Señor y de desesperación, que algunas veces teniendo alguna imagen entre las manos, era tanta la fuerza del desprecio que las rompía, pero mientras esto hacía lloraba y las besaba, pero no sé decir cómo era obligada a hacerlo. ¿Quién puede decir el desgarro de mi alma? Los demonios hacían fiesta y reían, unos hacían ruido desde un lugar, otros lo hacían desde otro, unos hacían estrépitos, otros me ensordecían con gritos diciendo: “Mira cómo eres nuestra, no nos queda otra cosa más que llevarte al infierno, alma y cuerpo, verás que lo haremos.” A veces me sentía jalar, ahora los vestidos, ahora la silla donde estaba arrodillada y tanto la movían y hacían ruido que no podía rezar; a veces era tanto el temor, que creyendo librarme me iba a acostar en la cama, (porque estos escándalos sucedían la mayor parte en la noche) pero también ahí seguían jalándome la almohada, las cobijas. ¿Pero quién puede decir el espanto, el temor que sentía? Yo misma no sabía dónde me encontraba, si en la tierra o en el infierno. Era tanto el temor de que en verdad me llevaran, que mis ojos no podían cerrarse al sueño, estaba como uno que tiene un cruel enemigo que ha jurado que a cualquier costo le debe quitar la vida, y creía que esto me sucedería en cuanto cerrara los ojos. Así que sentía como si alguien me pusiera algo dentro de los ojos, de modo que estaba obligada a tenerlos abiertos para ver cuando me debían llevar, tal vez podría oponerme a lo que querrían hacer, entonces me sentía erizar los cabellos de mi cabeza, uno por uno, un sudor frío en todo mi cuerpo que me penetraba hasta los huesos y me sentía desunir los nervios y los huesos, y se agitaban juntos por el miedo. Otras veces me sentía incitar a tales tentaciones de desesperación y de suicidio, que alguna vez habiéndome encontrado cerca de un pozo, o bien de un cuchillo, me sentía atraer para conducirme dentro o bien tomar el cuchillo y matarme, y era tanta la fuerza que debía hacer para huir, que sentía penas de muerte, y mientras huía sentía que iban junto conmigo y oía sugerirme que para mí era inútil el vivir después de haber cometido tantos pecados, que Dios me había abandonado porque no había sido fiel; es más, veía que había hecho tantas infamias, que jamás alma alguna en el mundo había cometido, que para mí no había más misericordia que esperar. En el fondo de mi alma oía repetir: “¿Cómo puedes vivir siendo enemiga de Dios? ¿Sabes tú quién es ese Dios a quien tanto has ultrajado, blasfemado, odiado? Ah, es ese Dios inmenso que por todas partes te circundaba, y tú ante sus ojos te has atrevido a ofenderlo. Ah, perdido el Dios de tu alma, ¿quién te dará paz? ¿Quién te librará de tantos enemigos?” Era tanta la pena que no hacía otra cosa que llorar; a veces me ponía a rezar, y los demonios para acrecentar mi tormento, los sentía venir encima de mí, y quién me golpeaba, quién me pinchaba, y quién me apretaba la garganta. Recuerdo que una vez mientras rezaba, me sentí jalar los pies desde bajo la tierra, abrirse y salir las llamas y que yo caía dentro. Fue tal el espanto y el dolor, que quedé medio muerta, tanto que para recuperarme de aquel estado tuvo que venir Jesús y me reanimó, me hizo entender que no era verdad que había puesto la voluntad en ofenderlo, y que yo misma lo podía saber por la pena amarguísima que sentía, que el demonio era un mentiroso y que no debía hacerle caso, que por ahora debía tener paciencia en sufrir esas molestias, que después debía venir la paz. Esto sucedía de vez en cuando, cuando llegaba a los extremos, y a veces para ponerme en más duros tormentos. En el momento de ese consuelo el alma se convencía, porque ante esa luz es imposible que el alma no aprenda la verdad, pero después cuando me encontraba en la lucha me encontraba en el mismo estado de antes. Me tentaba también a no recibir la comunión, persuadiéndome de que después de que había cometido tantos pecados, era un atrevimiento acercarme, y que si me atrevía, no habría venido Jesucristo sino el demonio, y que tantos tormentos me habría de dar que me daría la muerte, pero la obediencia lo vencía, es verdad que a veces sufría penas mortales, así que trabajosamente podía recuperarme después de la comunión, pero como el confesor quería absolutamente que la recibiera, no podía hacer de otro modo. Recuerdo que varias veces no la recibí. También recuerdo que a veces mientras rezaba en la noche, me apagaban la lámpara; a veces hacían tales rugidos de dar miedo; otras veces voces débiles, como si fueran moribundos, ¿pero quién puede decir todo lo que hacían?
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Capt. 17.- Vol. 1 Victoria en la prueba.
Ahora, esta dura batalla, aunque no recuerdo muy bien, duró tres años, aunque había días o semanas de intervalo, no que cesaran del todo, sino que empezaron a disminuir. Recuerdo que después de una comunión, el Señor me enseñó el modo cómo debía hacer para ponerlos en fuga, y era el despreciarlos y no prestarles ninguna atención, y que debía hacer de cuenta como si fueran tantas hormigas. Me sentí infundir tanta fuerza que no sentía más aquel temor de antes, y hacía así: Cuando hacían estrépito, rumores, les decía: “Se ve que no tenéis nada qué hacer, y que para pasar el tiempo estáis haciendo tantas tonteras; hagan, hagan, que después cuando os canséis, lo terminaréis.” A veces cesaban, otras veces se enojaban tanto que hacían ruidos más fuertes. Los sentía junto a mí haciéndose más fuertes y hacían violencia para llevarme, olía la horrible peste, sentía el calor del fuego. Es verdad que en mi interior sentía un estremecimiento, pero me forzaba y les decía: “Mentirosos que sois, si esto fuera cierto desde el primer día lo habríais hecho, pero como es falso es que no tenéis ningún poder sobre mí, sino sólo aquel que os viene dado de lo Alto, por eso digan, digan, y después cuando os canséis, reventareis.” Si emitían lamentos y gritos les decía: “Qué, ¿no os han salido las cuentas hoy?” Es decir, “¿os lamentáis porque os ha sido quitada alguna alma?” Pobrecitos, no se sienten bien, sin embargo quiero también yo haceros lamentar otro poco.” Y me ponía a rezar por los pecadores, o bien a hacer actos de reparación. A veces me reía cuando empezaban a hacer las acostumbradas cosas y les decía: “¿Cómo puedo temeros, raza vil? Si fuerais seres serios no habríais hecho tantas tonterías. ¿Vosotros mismos, no os avergonzáis? No hagáis que os tome a burla.” Después, si me ponían tentaciones de blasfemar o de odio contra Dios, ofrecía aquella pena amarguísima, aquella violencia que me hacía – porque mientras veía que el Señor merecía todo el amor, todas las alabanzas, yo era forzada a hacer lo contrario – en reparación de tantos que libremente lo blasfeman y que ni siquiera se recuerdan que existe un Dios, que están obligados a amarlo. Si me incitaban a desesperación, en mi interior decía: “No pongo atención ni del paraíso ni del infierno, lo único que me afana es amar a mi Dios, este no es tiempo de pensar en otra cosa, sino que es tiempo de amar cuanto más pueda a mi buen Dios, el Paraíso y el Infierno los dejo en sus manos, El, que es tan bueno me dará lo que más me conviene y me dará un lugar donde pueda glorificarlo más.” Jesucristo me enseñó que el medio más eficaz para hacer que el alma quede libre de toda vana aprehensión, de toda duda, de todo temor, era el declarar delante al Cielo, a la tierra y ante los mismos demonios, no querer ofender a Dios, aun a costa de la propia vida, no querer consentir a ninguna tentación del demonio, y esto en cuanto el alma advierte que viene la tentación, si puede en el momento de la batalla, y apenas se empieza a sentir libre, y también durante el curso del día. Haciendo así, el alma no perderá tiempo en pensar si consintió o no, porque el sólo recordar la promesa le devolverá la calma, y si el demonio busca inquietarla, podrá responderle que si hubiera tenido intención de ofender a Dios, no habría declarado lo contrario, y así quedará libre de todo temor. Ahora, ¿quién puede decir la rabia del demonio, pues actuando de este modo todas sus astucias resultaban para su confusión y donde creía ganar perdía, ya que de sus mismas tentaciones y artificios el alma se servía para poder hacer actos de reparación y amor a su Dios? El otro modo que me enseñó para alejar las tentaciones fue el siguiente: Si me tentaban a suicidio yo debía responder: “No tenéis ningún permiso de Dios, es más, para vuestro despecho quiero vivir para poder amar más a mi Dios.” Si me golpeaban, yo me debía humillar, arrodillarme y agradecer a mi Dios porque esto sucedía como penitencia de mis pecados, y no sólo eso, sino ofrecer todo como actos de reparación por todas las ofensas hechas a Dios en el mundo. Finalmente, una fea tentación que me duró poco, fue que debido al contacto continuo por cerca de año y medio con los tan feos demonios, yo debía quedar encinta y parir luego un pequeño demonio con cuernos. Mi fantasía crecía tanto, que yo me veía delante una confusión horrible, por lo que se diría de mí por tan espantoso suceso.
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Capt. 18.- Vol. 1 Luisa ve a Jesús doliente una segunda vez, y acepta el estado de Víctima.
Finalmente terminó después de cerca de año y medio de esta lucha, terminaron las crueldades de los demonios y comenzó una vida toda nueva, pero los demonios no dejaron de molestarme de vez en cuando, pero no eran tan frecuentes, no tan feroz la batalla, y yo me acostumbré a despreciarlos. La vida nueva que comenzó fue en la casa de campo llamada “Torre Disperata”. Un día, en que más que nunca había sido atormentada por el demonio, tanto que sentí perder las fuerzas y desmayar, por la tarde, mientras así estaba sentí venirme una cosa mortal y perdí los sentidos, en este estado vi a Jesucristo rodeado de muchos enemigos, quien lo golpeaba, quien lo abofeteaba, quien le clavaba las espinas en la cabeza, quien le rompía las piernas, quien los brazos. Después que lo redujeron casi en pedazos lo pusieron en los brazos de la Virgen, y esto sucedía un poco lejos de mí. Después que la Virgen Santísima lo tomó entre sus brazos, se acercó a mí y llorando me dijo:
“Hija, mira cómo es tratado mi Hijo por los hombres, las horribles ofensas que cometen jamás le dan tregua, míralo cómo sufre.”
Yo trataba de verlo y lo veía todo sangre, todo llagas, y casi despedazado, reducido a un estado mortal, sentía tales penas que hubiera querido morir mil veces antes que ver sufrir tanto a mi Señor, me avergonzaba de mis pequeños sufrimientos. La Santísima Virgen agregó, pero siempre llorando:
“Acércate a besar las Llagas de mi Hijo, El te escoge como víctima, y si tantos lo ofenden, tú ofreciéndote a sufrir lo que El sufre le darás un alivio en tanto sufrir, ¿no lo aceptas?”
Yo me sentía tan aniquilada, me veía tan mala (como lo soy todavía) e indigna, que no osaba decir “sí”, mi naturaleza temblaba, me sentía tan débil por las penas pasadas que apenas me quedaba un hilo de vida. Además, no sé cómo, de lejos veía a los demonios que alborotaban tanto, hacían mucho ruido y veía que todo lo que había visto que le habían hecho al Señor debían hacérmelo a mí si aceptaba. En mí misma sentía tales penas, dolores, estiramientos de nervios, que creí que dejaría la vida. Finalmente me acerqué y le besé las Llagas; parecía que al hacerlo aquellos miembros tan lacerados se curaban, y el Señor que antes parecía casi muerto empezaba a reanimarse a nueva vida. Internamente recibía tales luces sobre las ofensas que se cometen, atracciones para aceptar ser víctima aunque debiese sufrir mil muertes, porque el Señor todo merecía y que yo no podría oponerme a lo que El quería. Esto sucedía mientras estábamos en silencio, pero aquellas miradas que mutuamente nos dábamos eran tantas invitaciones, tantas saetas ardientes que me traspasaban el corazón. La Santísima Virgen especialmente me incitaba a aceptar, ¿pero quién puede decir todo lo que pasé? Finalmente el Señor mirándome benignamente me dijo:
“Tú has visto cuánto me ofenden y cuántos caminan por los caminos de la iniquidad, y sin advertirlo se precipitan en el abismo; ven a ofrecerte ante la Divina Justicia como víctima de reparación por las ofensas que se hacen y por la conversión de los pecadores, que a ojos cerrados beben en la fuente envenenada del pecado. Un inmenso campo se abre ante ti, de sufrimientos, sí, pero también de gracias. Yo no te dejaré más, vendré en ti a sufrir todo lo que me hacen los hombres, haciéndote participar de mis penas. Como ayuda y consuelo te doy a mi Madre.”
Y parecía que me entregaba a Ella, y Ella me aceptaba. Yo también me ofrecí toda a El y a la Virgen, dispuesta a hacer lo que El quería, y así terminó la primera vez. Después de que me recobré de aquel estado, sentía tales penas, tal aniquilamiento de mí misma, que me veía como un miserable gusano que no sabía hacer más que arrastrarse por tierra, y decía al Señor: “Ayuda, tu omnipotencia me aterra, veo que si Tú no me levantas, mi nada se deshace y va a dispersarse. Dame el sufrir, pero te ruego me des la fuerza, porque me siento morir.” Y así empezó un alternarse de visitas de Nuestro Señor y de tormentos por parte de los demonios; por cuanto más me resignaba, tanto más aumentaba su rabia.
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Capt. 19.- Vol. 1 La Víctima comienza a hacer su oficio, tomando parte en las penas de Jesús, coronado de espinas, para reparar por los pecados, especialmente de soberbia. Comienza para Luisa el ayuno.
Pocos días después de lo dicho anteriormente sentí de nuevo perder los sentidos, (recuerdo que al principio, cada vez que me sucedía esto creía que debía dejar la vida). Mientras perdí los sentidos se hizo ver otra vez Nuestro Señor con la corona de espinas en la cabeza, todo chorreando Sangre, y dirigiéndose a mí dijo:
“Hija, mira lo que me hacen los hombres; en estos tristes tiempos es tanta su soberbia que han infestado todo el aire, y es tanta la peste que por todas partes se esparce, tanto, que ha llegado hasta mi trono en el empíreo. Hacen de tal modo que ellos mismos se cierran el Cielo; miserables, no tienen ojos para ver la verdad porque están ofuscados por el pecado de la soberbia, con el cortejo de los demás vicios que llevan consigo. Ah, dame un alivio a tan acerbos dolores y una reparación a tantas ofensas que me hacen.”
Diciendo esto se quitó la corona, que no parecía corona sino toda una madeja, de modo que ni siquiera una mínima parte de la cabeza quedaba libre, sino que toda era traspasada por aquellas espinas. Mientras se quitó la corona se acercó a mí y me preguntó si la aceptaba. Yo me sentía tan aniquilada, sentía tales penas por las ofensas que se le hacen, que me sentía destrozar el corazón y le dije: “Señor, haz de mí lo que quieras.” Y así lo hizo y me la hundió sobre mi cabeza y desapareció. Ahora, ¿quién puede decir el dolor que sentí al volver en mí misma? A cada movimiento de la cabeza creía expirar, tantos eran los dolores, las pinchaduras que sentía en la cabeza, en los ojos, en las orejas, detrás en la nuca; aquellas espinas me las sentía penetrar hasta en la boca, y se me apretaba de tal modo que no podía abrirla para tomar el alimento, y estaba a veces dos y a veces tres días sin poder tomar nada. Cuando de algún modo se mitigaban, sentía sensiblemente una mano que me oprimía la cabeza y me renovaba las penas, y a veces eran tantos los dolores que perdía los sentidos. Al principio esto sucedía algunos días sí y otros no, de vez en cuando se repetía tres o cuatro veces al día, a veces duraba un cuarto de hora, otras veces media hora y otras una hora, y después quedaba libre, sólo que me sentía muy débil y sufriente, en la medida en que en aquel estado adormecimiento me habían sido comunicadas las penas, así quedaba más o menos sufriente. Recuerdo también que como algunas veces por los sufrimientos de la cabeza, como dije arriba, no podía abrir la boca para tomar el alimento, y como la familia sabía que no tenía ganas de estar en el campo, cuando veían que no comía lo atribuían a un capricho mío, y naturalmente se enojaban, se inquietaban y me reprendían. Mi naturaleza quería resentirse por esto, porque veía que no era verdad lo que ellos decían, pero el Señor no quería este resentimiento, y he aquí como sucedió:
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Capt. 20.- Vol. 1 Sufrimientos de parte de la familia. Sumo temor y repugnancia de Luisa, que los demás puedan percatarse de sus sufrimientos y de cuanto le sucedía: pero el Señor hace que lo adviertan.
Una noche, mientras estábamos a la mesa y yo en este estado de no poder abrir la boca, la familia empezó a inquietarse, yo lo sentía tanto que comencé a llorar y para no ser vista me levanté y me fui a otra habitación para seguir llorando y le pedía a Jesucristo y a la Virgen Santísima que me dieran ayuda y fuerza para soportar esa prueba, pero mientras esto hacía sentí que empezaba a perder los sentidos. ¡OH Dios, qué pena el solo pensar que la familia me vería, siendo que hasta entonces no lo habían advertido! Mientras estaba en esto le decía: “Señor, no permitas que me vean.” Y yo tenía tal vergüenza de que me vieran, aunque no sé decir porqué, y trataba por cuanto más podía de esconderme en lugares donde no podía ser vista. Cuando era sorprendida imprevistamente por ese estado, de modo que no tenía tiempo de esconderme o al menos de arrodillarme, porque en la posición en que me encontraba así quedaba, y podrían decir que estaba rezando, entonces me descubrían. Mientras perdí los sentidos se hizo ver Nuestro Señor en medio de muchos enemigos que le lanzaban toda clase de insultos, especialmente lo agarraban y lo pisoteaban bajo los pies, lo blasfemaban, le jalaban los cabellos; me parecía que mi buen Jesús quería huir de debajo de aquellos fétidos pies e iba buscando una mano amiga que lo liberara, pero no encontraba a nadie.
Mientras esto veía, yo no hacía otra cosa que llorar sobre las penas de mi Señor, hubiera querido ir en medio de esos enemigos, tal vez podría liberarlo, pero no me atrevía y le decía: “Señor, hazme participar en tus penas. ¡Ah, si pudiera aliviarte y liberarte!” Mientras esto decía, aquellos enemigos, como si hubieran entendido, se venían contra mí, pero tan enfurecidos y empezaron a golpearme, a jalarme los cabellos, a pisotearme; yo tenía gran temor, sufría, sí, pero dentro de mí estaba contenta porque veía que daba al Señor un poco de tregua. Después aquellos enemigos desaparecían y yo quedé sola con mi Jesús. Traté de compadecerlo pero no me atrevía a decirle nada, y El rompiendo el silencio me dijo:
“Todo lo que tú has visto es nada en comparación de las ofensas que continuamente me hacen, es tanta su ceguera, el entregarse a las cosas terrenas, que llegan a volverse no sólo crueles enemigos míos, sino también de ellos mismos, y como sus ojos están fijos en el fango, por eso llegan a despreciar lo eterno. ¿Quién me reparará por tanta ingratitud? ¿Quién tendrá compasión de tanta gente que me cuesta sangre y que vive casi sepultada en la mugre de las cosas terrenas? Ah, ven y reza, llora junto conmigo por tantos ciegos que son todo ojos para todo lo que sabe a tierra, y desprecian y pisotean mis gracias bajo sus inmundos pies, como si éstas fueran fango. Ah, elévate sobre todo lo que es tierra, aborrece y desprecia todo lo que a Mí no pertenece, no te importen las burlas que recibas de la familia después de que me has visto sufrir tanto, sólo te importe mi honor, las ofensas que continuamente me hacen y la pérdida de tantas almas. Ah, no me dejes solo en medio de tantas penas que me destrozan el corazón, todo lo que tú sufres ahora es poco en comparación con las penas que sufrirás, ¿no te he dicho siempre, que lo que quiero de ti es la imitación de mi Vida? Mira cuán desemejante eres de Mí, por eso ánimo y no temas.”
Después de esto volví en mí misma y me di cuenta que estaba rodeada por la familia, todos lloraban y estaban alarmados y tenían tal temor de que se repitiera ese estado, pensando que moriría, que decidieron volver a Corato lo más pronto posible para hacerme observar por los médicos. No sé decir porqué sentía tanta pena al pensar que debía ser examinada por los médicos, muchas veces lloraba y me lamentaba con el Señor diciéndole: “Cuántas veces, OH Señor, te he rogado que me hagas sufrir ocultamente, esto era mi único contento, y ahora también de esto estoy privada. ¡Ah! dime, ¿cómo haré? Sólo Tú puedes ayudarme y consolarme en mi aflicción, ¿no ves tantas cosas que dicen? Unos piensan de un modo y otros de otro; quien quiere aplicarme un remedio y quien otro, son todo ojos sobre mí, de modo que no tengo más paz. Ah, socórreme en tantas penas, porque me siento faltar la vida.” Y el Señor benignamente agregó:
“No quieras afligirte por esto; lo que quiero de ti es que te abandones como muerta entre mis brazos. Hasta en tanto tú tengas los ojos abiertos para ver lo que Yo hago y lo que hacen y dicen las criaturas, Yo no puedo libremente obrar sobre ti. ¿No quieres fiarte de Mí? ¿No sabes cuánto te amo y que todo lo que permito, o por medio de las criaturas o por medio de los demonios, o por mi medio directamente, es para tu verdadero bien y no sirve para otra cosa que para conducir a tu alma al estado al que la he elegido? Por eso quiero que a ojos cerrados te estés entre mis brazos, sin mirar ni investigar esto o aquello, fiándote enteramente de Mí y dejándome obrar libremente; si en cambio quieres hacer lo contrario, perderás tiempo y llegarás a lo opuesto de lo que quiero hacer de ti. Respecto a las criaturas usa un profundo silencio, sé benigna y dócil con todos; haz que tu vida, tu respiro, tus pensamientos y afectos sean continuos actos de reparación que aplaquen mi Justicia, ofreciéndome también las molestias que te dan las criaturas, que no serán pocas.”
Después de esto hice cuanto más pude para resignarme a la Voluntad de Dios, si bien muchas veces era puesta en tales aprietos por parte de las criaturas que a veces no hacía otra cosa que llorar. Llegó el momento de recibir la visita del médico y juzgó que mi estado no era otra cosa que un problema nervioso, por lo que recetó medicinas, distracciones, paseos, baños fríos; recomendó a la familia que me cuidaran bien cuando era sorprendida por aquel estado, porque, les decía, si la mueven, la pueden lastimar en vez de ayudarla, porque yo cuando era sorprendida por ese estado quedaba petrificada. Entonces empezó una guerra por parte de la familia: Me impedían ir a la Iglesia, no me daban ya la libertad de quedarme sola, era observada continuamente, por lo que frecuentemente advertían que caía en ese estado. Muchas veces me lamentaba con el Señor diciéndole: “Mi buen Jesús, cuánto han aumentado mis penas, hasta de las cosas más amadas estoy privada, como son los Sacramentos. Jamás pensé que debía llegar a esto, quién sabe dónde iré a terminar. ¡Ah! dame ayuda y fuerza, porque mi naturaleza desfallece.” Muchas veces se dignaba bondadosamente decirme algunas palabras, por ejemplo:
“Yo soy tu ayuda, ¿de qué temes? ¿No recuerdas que también Yo sufrí por parte de toda clase de gente? Unos pensaban de Mí de un modo, y otros de otro; las cosas más santas que Yo hacía eran juzgadas por ellos como defectuosas, malas, hasta me dijeron que era un endemoniado, tanto que me veían con ojos siniestros, me tenían entre ellos pero de mala gana y maquinaban entre ellos quitarme la vida lo más pronto posible, porque mi presencia se había vuelto intolerable para ellos. Entonces, ¿no quieres que te haga semejante a Mí haciéndote sufrir por parte de las criaturas?”
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Capt. 21.- Vol. 1 La cruz de saber que los propios padecimientos son conocidos por los demás: y ésta fue también una pena de Jesús.
Y así pasé algunos años sufriendo por parte de las criaturas, de los demonios y directamente por Dios; a veces llegaba a tanta amargura por parte de las criaturas y por el modo como pensaban, que tenía vergüenza de que me viera cualquier persona, tanto, que mi más grande sacrificio era aparecer en medio a las personas. Tanta era la vergüenza y la confusión que me sentía atontada. Hubo otras visitas de otros médicos, pero no sirvieron para nada. A veces derramando amargas lágrimas le decía con todo el corazón: “Señor, cómo se han vuelto públicos mis sufrimientos, ahora no sólo la familia lo sabe sino también los extraños, me veo toda cubierta de confusión, me parece que todos me señalan con el dedo, como si estos sufrimientos fueran las más malas acciones; yo misma no sé decir qué cosa me sucede. ¡Ah! sólo Tú puedes liberarme de tal publicidad y hacerme sufrir ocultamente. Te lo pido, te lo suplico, escúchame favorablemente.” A veces también el Señor mostraba no escucharme y aumentaban mis penas, otras veces me compadecía diciéndome:
“Pobre hija, ven a Mí que te quiero consolar, tú tienes razón en que sufres, pero es que no recuerdas que también Yo, OH, cuánto más sufrí; hasta cierto momento mis penas fueron ocultas, pero cuando llegó la Voluntad del Padre de sufrir en público, rápidamente salí a encontrar confusiones, oprobios, desprecios, hasta ser despojado de mis vestidos y estar desnudo en medio a un pueblo numerosísimo, ¿podrías tú imaginar confusión más grande que ésta? Mi naturaleza sentía mucho esta clase de sufrimientos, pero tenía los ojos fijos a la Voluntad del Padre y ofrecía esas penas en reparación de tantos que cometen las más nefandas acciones públicamente, ante los ojos de muchos y vanagloriándose sin la más mínima vergüenza, y le decía: “Padre, acepta mis confusiones y mis oprobios en reparación de tantos que tienen la desfachatez de ofenderte tan libremente sin el mínimo disgusto; perdónalos, dales luz para que vean la fealdad del pecado y se conviertan.” También a ti te quiero hacer partícipe de esta clase de sufrimientos; ¿no sabes tú que los más bellos regalos que puedo dar a las almas que amo son las cruces y las penas? Tú eres niña aún en el camino de la cruz, por eso te sientes demasiado débil, cuando hayas crecido y hayas conocido cuán precioso es el sufrir, entonces te sentirás más fuerte. Por eso apóyate en Mí, repósate, porque así adquirirás fuerza.”
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