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Semana 4 - Agosto 6 - Agosto 13
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EL REINO DEL "FIAT" EN MEDIO DE LAS CRIATURAS
- LIBRO DE CIELO -
LA LLAMADA A LA CRIATURA AL ORDEN, A SU PUESTO Y A LA FINALIDAD PARA LA CUAL FUE CREADA POR DIOS.
VOLUMEN 1
Cap. 8.- Vol. 1 El alma se duele de los pecados y las faltas cometidas; pero Jesús no quiere que pierda más el tiempo pensado en su pasado.
Quedé tan espantada que no sabía qué hacer para reparar, hacía algunas mortificaciones, pedía otras al confesor, pero pocas me eran concedidas, así que todas me parecían sombras y no hacía otra cosa que pensar en mis pecados, pero siempre más estrechada a El. Tenía tal temor de alejarme de El y de actuar peor que antes, que yo misma no sé explicarlo. No hacía otra cosa cuando me encontraba con El que decirle la pena que sentía por haberlo ofendido, le pedía siempre perdón, le agradecía porque había sido tan bueno conmigo y le decía de corazón: “Mira, ¡OH! Señor el tiempo que he perdido, mientras que habría podido amarte.”
Entonces no sabía decir otra cosa que el grave mal que había hecho; finalmente, un día reprendiéndome me dijo:
“No quiero que pienses más en esto, porque cuando un alma se ha humillado, convencida de haber hecho mal y ha lavado su alma en el sacramento de la confesión y está dispuesta a morir antes que ofenderme, el pensar en ello es una afrenta a mi misericordia, es un impedimento para estrecharla a mi amor, porque siempre busca con su mente envolverse en el fango pasado y me impide hacerle tomar el vuelo hacia el Cielo, porque siempre con aquellas ideas se encierra en sí misma, si es que busca pensar en ellas; y además, mira, Yo no recuerdo ya nada, lo he olvidado perfectamente, ¿ves tú alguna sombra de rencor de parte mía?”
Y yo le decía: “No, Señor, eres tan bueno”. Pero sentía rompérseme el corazón de ternura. Y El:
“Y bien, ¿querrás mantener delante estas cosas?” “No, no, no quiero.” “Pensemos en amarnos y en contentarnos mutuamente.”
De ahí en adelante no pensé más en eso, hacía cuanto más podía por contentarlo y le pedía que El mismo me enseñase el modo cómo debía hacer para reparar el tiempo pasado. Y El me decía:
“Estoy presto a hacer lo que tú quieres. Mira, la primera cosa que te dije que quería de ti era la imitación de mi Vida, así que veamos qué cosa te falta.”
“Señor”, le decía, “me falta todo, no tengo nada.”
“Y bien”,
me decía,
“no temas, poco a poco haremos todo. Yo mismo conozco cuán débil eres, pero es de Mí que debes tomar fuerza.”
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Cap. 9.- Vol. 1 Las criaturas deben desaparecer a la vista del alma, la cual debe mirar solo a Jesús, y obrar solo con Jesús y por Jesús.
(No lo recuerdo en orden, pero como pueda lo diré) Y agregaba:
“Quiero que seas siempre recta en tu obrar, con un ojo me debes mirar a Mí y con el otro debes mirar lo que estás haciendo; quiero que las criaturas te desaparezcan del todo. Si te vienen dadas ordenes, no mires a las personas, no, sino debes pensar que Yo mismo quiero que tú hagas lo que te es ordenado, entonces con el ojo fijo en Mí no juzgarás a ninguno, no mirarás si la cosa te es penosa o te gusta, si puedes o no puedes hacerla; cerrando los ojos a todo esto los abrirás para mirarme sólo a Mí, me llevarás junto a ti pensando que te estoy mirando fijamente y me dirás: “Señor, sólo por Ti lo hago, sólo 21 por ti quiero obrar, no más esclava de las criaturas.” Así que si caminas, si obras, si hablas, en cualquier cosa que hagas, tu único fin debe ser de agradarme sólo a Mí. ¡OH! cuántos defectos evitarás si haces así.”
Otras veces me decía:
“También quiero que si las personas te mortifican, te injurian, te contradicen, la mirada también fija en Mí, pensando que con mi misma boca te digo: “Hija, soy precisamente Yo que quiero que sufras esto, no las criaturas, aleja la mirada de ellas, sino sólo Yo y tú siempre, todas las demás destrúyelas. Mira, quiero hacerte bella por medio de estos sufrimientos, te quiero enriquecer con méritos, quiero trabajar tu alma, volverte similar a Mí. Tú me harás un regalo, me agradecerás afectuosamente, serás agradecida con aquellas personas que te dan ocasión de sufrir, recompensándolas con algún beneficio. Haciendo así caminarás recta ante Mí, ninguna cosa te dará más inquietud y gozarás siempre paz.”
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Cap. 10.- Vol. 1 La criatura debe morir a sí misma para vivir solo en Jesús: Necesidad del espíritu de mortificación y de la Caridad.
Después de algún tiempo en que traté de ejercitarme en estas cosas, a veces haciendo y a veces cayendo (si bien veo claro que aún me falta este espíritu de rectitud) y siempre quedo más confundida pensando en tanta ingratitud mía, Jesús me habló y me hizo entender la necesidad del espíritu de mortificación. Si bien me acuerdo que en todas éstas cosas que me decía, me agregaba siempre que todo debía ser hecho por amor suyo, y que las virtudes más bellas, los sacrificios más grandes, se volvían insípidos si no tenían principio en el amor.
“La caridad, me decía, es una virtud que da vida y esplendor a todas las demás, de modo que sin ella todas están muertas y mis ojos no sienten ningún atractivo y no tienen ninguna fuerza sobre mi corazón; estate pues atenta y haz que tus obras, aún las mínimas estén investidas por la caridad, esto es, en Mí, conmigo y por Mí”.
Ahora vayamos directamente a la mortificación.
“Quiero”, me decía: “Que en todas tus cosas, hasta las necesarias sean hechas con espíritu de sacrificio. Mira, tus obras no pueden ser reconocidas por Mí como mías si no tienen la marca de la mortificación, así como la moneda no es reconocida por los pueblos si no contiene en sí misma la imagen de su rey, es más, es despreciada y no tomada en cuenta, así es de tus obras, si no tienen el injerto con mi cruz no pueden tener ningún valor. Mira, ahora no se trata de destruir a las criaturas, sino a ti misma, de hacerte morir para vivir solamente en Mí y de mi misma Vida. Es verdad que te costará más que lo que has hecho, pero ten valor, no temas, no lo harás tú sino Yo que obraré en ti.”
Entonces recibía otras luces sobre la aniquilación de mí misma y me decía:
“Tú no eres otra cosa que una sombra, que mientras quieres tomarla te huye, tú eres nada.”
Yo me sentía tan aniquilada que habría querido esconderme en los más profundos abismos, pero me veía imposibilitada para hacerlo, sentía tal vergüenza que quedaba muda. Mientras estaba en este reconocimiento de mi nada, El me decía:
“Ponte junto a Mí, apóyate en mi brazo, Yo te sostendré con mis manos y tú recibirás fuerza. Tú estás ciega, pero mi luz te servirá de guía. Mira, me pondré delante y tú no harás otra cosa que mirarme para imitarme.”
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Cap. 11.- Vol. 1 Como primera cosa, el alma debe hacer morir en todo y para todo la propia voluntad, mortificándola constantemente en cada cosa.
Después me decía:
“La primera cosa que quiero que mortifiques es tu voluntad, aquel “yo” se debe destruir en ti, quiero que la tengas sacrificada como víctima ante Mí para hacer que de tu voluntad y de la mía se forme una sola. ¿No estás contenta?”
Sí Señor, pero dame la gracia, porque veo que por mí nada puedo. Y El continuaba diciéndome:
“Sí, Yo mismo te contradiré en todo, y a veces por medio de las criaturas.”
Y sucedía así, por ejemplo: Si en la mañana me despertaba y no me levantaba en seguida, la voz interna me decía:
“Tú descansas, y Yo no tuve otro lecho que la cruz, pronto, pronto, no tanta satisfacción.”
Si caminaba y mi vista se iba un poco lejos, pronto me reprendía:
“No quiero, tu vista no la alejes de ti más allá que la distancia de un paso a otro, para hacer que no tropieces.”
Si me encontraba en el campo y veía flores, árboles, me decía:
“Yo todo lo he creado por amor tuyo, tú priva a tu vista de este contento por amor mío.”
Aun en las cosas más inocentes y santas, como por ejemplo los ornamentos de los altares, las procesiones, me decía:
“No debes tomar otro placer que en Mí sólo.” Si estaba sentada mientras trabajaba me decía:
“Estás demasiado cómoda, ¿no te acuerdas que mi Vida fue un continuo penar? ¿Y tú?, ¿y tú?”
Enseguida, para contentarlo me sentaba en la mitad de la silla y la otra mitad la dejaba vacía, y algunas veces en broma le decía:“Mira, OH Señor, la mitad de la silla está vacía, ven a sentarte junto a mí.” Alguna vez me parecía que me contentaba, y sentía tanto gusto que yo misma no sé decirlo. Algunas veces que estaba trabajando con lentitud y desganada me decía:
“Pronto, apúrate, que el tiempo que ganarás apurándote vendrás a pasarlo junto conmigo en la oración.”
A veces El mismo me indicaba cuánto trabajo debía hacer, y yo le pedía que viniera a ayudarme.
“Sí, sí,”
me respondía,
“lo haremos juntos a fin de que después que hayas terminado quedemos más libres.”
Y sucedía que en una hora o dos hacía lo que debía hacer en todo el día, después me iba a hacer oración y me daba tantas luces y me decía tantas cosas, que el querer decirlas sería demasiado largo. Recuerdo que mientras estaba sola trabajando, veía que no alcanzaba el hilo para completar aquel trabajo y que tendría necesidad de ir con la familia para buscarlo, entonces me dirigía a El y le decía: “En qué aprovecha amado mío el haberme ayudado, pues ahora veo que tengo necesidad de ir a la familia, y puedo encontrar personas y me impedirán venir de nuevo, y entonces nuestra conversación terminará.”
“Qué, qué,”
me decía,
“¿y tú tienes fe?”
“Sí.”
“Pues no temas, te haré terminar todo.”
Y así sucedía, y luego me ponía a rezar. Si llegaba la hora de la comida y comía alguna cosa agradable, rápidamente me reprendía internamente diciendo:
“¿Tal vez te has olvidado que Yo no tuve otro gusto que sufrir por amor tuyo, y que tú no debes tener otro gusto que el mortificarte por amor mío? Déjalo y come lo que no te agrada.”
Y yo en seguida lo tomaba y lo llevaba a la persona que ayudaba en el servicio, o bien decía que ya no quería, y muchas veces me la pasaba casi en ayunas, pero cuando iba a la oración recibía tanta fuerza y sentía tal saciedad, que sentía náusea de todo lo demás. Otras veces para contradecirme, si no tenía ganas de comer me decía:
“Quiero que comas por amor mío, y mientras el alimento se une al cuerpo, pídeme que mi amor se una con tu alma y quedarán santificadas todas las cosas.”
En una palabra, sin ir más lejos, aún en las cosas más mínimas trataba de hacer morir mi voluntad para hacer que viviera sólo para El. Permitía que hasta el confesor me contradijera, como por ejemplo: Sentía un gran deseo de recibir la comunión, todo el día y la noche no hacía otra cosa que prepararme, mis ojos no se podían cerrar al sueño por los continuos latidos del corazón y le decía: “Señor, apresúrate porque no puedo estar sin Ti, 24 acelera las horas, haz que surja pronto el sol porque yo no puedo más, mi corazón desfallece.” El mismo me hacía ciertas invitaciones amorosas con las que me sentía despedazar el corazón; me decía:
“Mira, Yo estoy solo, no sientas pena de que no puedes dormir, se trata de hacer compañía a tu Dios, a tu Esposo, a tu Todo que es continuamente ofendido, ¡ah! no me niegues este consuelo, que después en tus aflicciones Yo no te dejaré.”
Mientras estaba con estas disposiciones, por la mañana iba con el confesor y sin saber porqué, la primera cosa que me decía era:
“No quiero que recibas la comunión.”
Digo la verdad, me resultaba tan amargo que a veces no hacía otra cosa que llorar; al confesor no me atrevía a decirle nada, porque así quería Jesús que hiciera, de otra manera me reprendía, pero yo iba con El y le decía mi pena: “Ah bien mío, ¿para esto la vigilia que hemos hecho esta noche, que después de tanto esperar y desear debía quedar privada de Ti? Sé bien que debo obedecer, pero dime, ¿puedo estar sin Ti? ¿Quién me dará la fuerza? Y además, ¿cómo tendré el valor de irme de esta iglesia sin llevarte conmigo? Yo no sé qué hacer, pero Tú puedes remediar a todo.” Mientras así me desahogaba sentía venir un fuego junto a mí, entrar una llama en el corazón, y lo sentía dentro de mí, y en seguida me decía:
“Cálmate, cálmate, heme aquí, estoy ya en tu corazón, ¿de qué temes ahora? No te aflijas más, Yo mismo te quiero enjugar las lágrimas, tienes razón, tú no podías estar sin Mí, ¿no es verdad?”
Yo entonces quedaba tan aniquilada en mí misma por esto, y le decía que si yo fuera buena El no lo habría dispuesto así, y le pedía que no me dejara más, que sin El no quería estar.
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Cap. 12.- Vol. 1 Jesús quiere que el alma se enamore del padecimiento por Amor suyo: por eso la lleva a sumergirse en el mar sin límites de su Pasión. La primera visión de Jesús.
Después de estas cosas, un día después de la comunión lo sentía en mí todo amor, y que me amaba tanto que yo misma quedaba maravillada, porque me veía tan mala y sin corresponder, y decía dentro de mí: “Fuera buena al menos y te correspondiera, tengo temor de que me deje (este temor de que me deje lo he tenido siempre y aún lo tengo, y a veces es tanta la pena que siento, que creo que la pena de la muerte sería menor, y si El mismo no viene a calmarme no sé darme paz) y en cambio quiere estrecharse más íntimamente a mí.” Y mientras así me lo sentía dentro de mí, con voz interna me dijo:
“Amada mía, las cosas pasadas no han sido más que un preparativo, ahora quiero venir a los hechos, y para disponer tu corazón para hacer lo que quiero de ti, esto es, la imitación de mi Vida, quiero que te internes en el mar inmenso de mi Pasión, y cuando tú hayas comprendido bien la acerbidad de mis penas, el amor con el que las sufrí, quién soy Yo que tanto sufrí, y quién eres tú, vilísima criatura, ah, tu corazón no osará oponerse a los golpes, a la cruz que Yo, sólo por tu bien le tengo preparada, más bien al sólo pensar que Yo, tu maestro, he sufrido tanto, tus penas te parecerán sombras comparadas con las mías, el sufrir te será dulce y llegarás a no poder estar sin sufrimientos.”
Mi naturaleza temblaba al solo pensar en los sufrimientos, le pedía que El mismo me diera la fuerza, porque sin El, me habría servido de sus mismos dones para ofender al donador. Entonces me puse toda a meditar la Pasión, y esto hizo tanto bien a mi alma, que creo que todo el bien me ha venido de esta fuente. Veía la Pasión de Jesucristo como un mar inmenso de luz, que con sus innumerables rayos me herían toda, esto es, rayos de paciencia, de humildad, de obediencia y de tantas otras virtudes; me veía toda rodeada por esta luz y quedaba aniquilada al verme tan desemejante de El. Aquellos rayos que me inundaban eran para mí otros tantos reproches que me decían:
“Un Dios paciente, ¿y tú? Un Dios humilde y sometido aún a sus mismos enemigos, ¿y tú? Un Dios que sufre tanto por amor tuyo, ¿y tus sufrimientos por amor Suyo, dónde están?”.
A veces El mismo me narraba las penas sufridas por El, y quedaba tan conmovida que lloraba amargamente. Un día, mientras trabajaba, estaba considerando las penas acerbísimas que sufrió mi buen Jesús, mi corazón me lo sentía tan oprimido por la pena, que me faltaba la respiración; temiendo que me sucediera algo quise distraerme asomándome al balcón, vi hacia la calle, pero, ¿qué veo? Veo la calle llena de gente y en medio a mi amante Jesús con la cruz sobre la espalda – quien lo empujaba por un lado y quien por el otro, todo agitado, con el Rostro chorreando Sangre – que levantaba los ojos hacia mí en actitud de pedirme ayuda. ¿Quién podrá decir el dolor que sentí, la impresión que hizo sobre mi alma una escena tan lastimera? Rápidamente entré en mi habitación, yo misma no sabía dónde me encontraba, el corazón me lo sentía despedazar por el dolor, gritaba y llorando le decía: “¡Jesús mío, si al menos te pudiera ayudar, te pudiese liberar de esos lobos tan enfurecidos! ¡Ay! al menos quisiera sufrir esas penas en lugar tuyo para dar alivio a mi dolor. Ah, mi bien, dame el sufrir, porque no es justo que Tú sufras tanto y yo, pecadora, esté sin sufrir.” Desde entonces, recuerdo que se encendió en mí tanto deseo de sufrir que no se ha apagado hasta ahora. Recuerdo también que después de la comunión le pedía ardientemente que me concediera el sufrir, y El a veces, para contentarme, me parecía que tomaba las 26 espinas de su corona y las clavaba en mi corazón; otras veces sentía que tomaba mi corazón entre sus manos y lo estrechaba tan fuerte, que por el dolor sentía que perdía los sentidos. Cuando advertía que las personas se podrían dar cuenta de algo y a El dispuesto a darme estas penas, pronto le decía: “Señor, ¿qué haces? Te pido que me des el sufrir pero que nadie se de cuenta.” Durante algún tiempo me contentó, pero mis pecados me hicieron indigna de sufrir ocultamente, sin que nadie se diera cuenta. [Esta primera visión tuvo a la edad de 13 años más o menos.]
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Cap. 13.- Vol. 1 Jesús quiere que el alma toque con la mano la propia nada y se disponga a la más profunda humildad: y por eso la priva de todo consuelo y gracia sensible, ocultándose a ella.
Recuerdo que muchas veces después de la comunión me decía:
“No podrás verdaderamente asemejarte a Mí sino por medio de los sufrimientos. Hasta ahora he estado junto a ti, ahora quiero dejarte sola un poco, sin hacerme sentir. Mira, hasta ahora te he llevado de la mano, enseñándote y corrigiéndote en todo, y tú no has hecho otra cosa que seguirme. Ahora quiero que hagas por ti misma, pero más atenta que antes, pensando que te estoy mirando fijamente, pero sin hacerme sentir, y que cuando vuelva a hacerme sentir vendré, o para premiarte si me has sido fiel, o para castigarte si has sido ingrata.”
Quedaba tan espantada y abatida por esta noticia, que le decía: “Señor, mi todo y mi vida, ¿cómo podré subsistir sin Ti, quién me dará la fuerza? Cómo, después que me has hecho dejar todo, de modo que siento como si nadie existiera para mí, ¿me quieres dejar sola y abandonada? ¿Qué, te has tal vez olvidado de cuán mala soy, y que sin Ti nada puedo?” Y por esta recriminación, tomando un aspecto más serio, agregaba:
“Es que te quiero hacer comprender bien quién eres tú. Mira, lo hago por tu bien, no te entristezcas, quiero preparar tu corazón a recibir las gracias que he designado sobre ti. Hasta ahora te he asistido sensiblemente, ahora será menos sensiblemente, te haré tocar con la mano tu nada, te cimentaré bien en la profunda humildad para poder edificar sobre ti muros altísimos, así que en vez de afligirte deberías alegrarte y agradecerme, pues cuanto más pronto te haga pasar el mar tempestuoso, tanto más pronto llegarás a puerto seguro; a cuantas más duras pruebas te sujetaré, tantas gracias más grandes te daré. Así que, ánimo, ánimo, y después pronto vendré.”
Y al decirme esto me parecía que me bendecía y se fue. 27 ¿Quién podrá decir la pena que sentía, el vacío que dejaba en mi interior, las amargas lágrimas que derramé? Sin embargo me resigné a su Santa Voluntad, parecía que de lejos le besaba la mano que me había bendecido diciéndole: “Adiós, OH Esposo Santo, adiós.” Veía que todo para mí había terminado, ya que sólo lo tenía a El, y faltándome El no me quedaba ningún otro consuelo, sino que todo se convertía en amarguísimas penas; es más, las mismas criaturas me recrudecían la pena, de modo que todas las cosas que veía, parecía que me decían: “Mira, somos obras de tu amado, y El, ¿dónde está?” Si miraba agua, fuego, flores, hasta las mismas piedras, en seguida el pensamiento me decía: “Ah, estas son obras de tu Esposo, ellas tienen el bien de verlo y tú no lo ves.” ¿Ah obras de mi Señor, dadme noticias, decidme, dónde se encuentra? Me dijo que pronto volvería, pero quién sabe cuándo.” A veces llegaba a tan amarga desolación que me sentía faltar la respiración, me sentía helar toda y sentía un escalofrío por toda mi persona. A veces se daba cuenta la familia y lo atribuían a algún mal físico y querían ponerme en tratamiento, llamar a médicos. A veces insistían tanto que lo lograban, pero yo, sin embargo, hacía cuanto más podía para quedarme sola, así que pocas veces lo advertían.
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Cap. 14.- Vol. 1 El alma experimenta que no es capaz de nada sin Jesús, y que todo lo debe a El. Jesús, el verdadero Director Espiritual, la instruye sobre el modo de comportarse en el estado de oscuridad y abandono, en la oración, en la Comunión y en las visitas a Jesús en el Santísimo Sacramento.
Recordaba también todas las gracias, las palabras, las correcciones, las reprensiones, veía claramente que todo lo obrado hasta ahí, todo, todo había sido obra de su Gracia y que de mí no quedaba más que la pura nada y la inclinación al mal; tocaba con la mano que sin El no sentía más el amor tan sensible, aquellas luces tan claras en la meditación, de modo que permanecía hasta dos o tres horas, hacía cuanto más podía por hacer lo que hacía cuando lo sentía, porque oía repetir aquellas palabras:
“Si mi eres fiel vendré para premiarte, si ingrata para castigarte.”
Así pasaba a veces dos días, a veces cuatro, más o menos como a El le agradaba, mi único consuelo era recibirlo en el Sacramento. Ah, sí, ciertamente ahí lo encontraba, no podía dudar, y recuerdo que pocas veces no se hacía oír, porque tanto le pedía y volvía a pedir y lo importunaba, que me contentaba, pero no amoroso y amable, sino severo. Después que pasaban aquellos días en aquel estado descrito arriba, especialmente si le había sido fiel, me lo sentía regresar dentro de mí, me hablaba más claramente, y como en los días pasados no había podido concebir dentro de mí ni una palabra, ni oír nada, entonces entendí que no era mi fantasía, como muchas veces lo pensaba antes, tanto que de lo dicho 28 hasta aquí no decía nada ni al confesor ni a ninguna otra alma viviente. Sin embargo hacía cuanto más podía para corresponderle, porque de otra manera me hacía tanta guerra que no tenía paz. ¡Ah Señor, has sido tan bueno conmigo, y yo tan mala aún! Siguiendo con lo que había comenzado, me lo sentía dentro de mí, lo abrazaba, me lo estrechaba, le decía: “Amado Bien, mira cuán amarga me ha resultado nuestra separación.” Y El me decía:
“Es nada lo que has pasado, prepárate a pruebas más duras; por esto he venido, para disponer tu corazón y fortificarlo. Ahora me dirás todo lo que has pasado, tus dudas y temores, todas tus dificultades, para poderte enseñar el modo de cómo comportarte en mi ausencia.”
Entonces le hacía la narración de mis penas diciéndole: “Señor, mira, sin Ti no he podido hacer nada bien, la meditación la he hecho toda distraída, fea, tanto que no tenía ánimo de ofrecértela. En la comunión no he podido estar las horas enteras como cuando te sentía, me veía sola, no tenía con quien entenderme, me sentía toda vacía, la pena de tu ausencia me hacía probar agonías mortales, mi naturaleza quería despacharse pronto para huir de esa pena, mucho más que me parecía que no hacía otra cosa que perder el tiempo, y el temor de que al regresar Tú me castigaras por no haber sido fiel, entonces no sabía qué hacer. Además, la pena de que Tú eres continuamente ofendido, y que yo no sabiendo cuando, como antes me enseñabas, hacer esos actos de reparación, esas visitas al Santísimo Sacramento por las ofensas que Tú recibes. Entonces dime, ¿cómo debo hacer?” Y El, instruyéndome benignamente me decía:
1º. “Has hecho mal al estarte tan turbada, ¿no sabes tú que Yo soy Espíritu de Paz, y la primera cosa que te recomiendo es no disturbar la paz del corazón? Cuando en la oración no puedes recogerte, no quiero que pienses en esto o aquello, cómo es o cómo no es, haciendo así tú misma llamas a la distracción. Más bien, cuando te encuentres en ese estado, la primera cosa es que te humilles, confesándote merecedora de esas penas, poniéndote como un humilde corderillo en manos del verdugo, que mientras lo mata le lame las manos; así tú, mientras te ves golpeada, abatida, sola, te resignarás a mis santas disposiciones, me agradecerás de todo corazón, besarás la mano que te golpea, reconociéndote indigna de esas penas, después me ofrecerás aquellas amarguras, angustias y tedios, pidiéndome que los acepte como un sacrificio de alabanza, de satisfacción por tus culpas, de reparación por las ofensas que me hacen. Haciendo así tu oración subirá ante mi trono como incienso olorosísimo, herirá mi corazón y atraerá sobre ti nuevas gracias y nuevos carismas. El demonio viéndote humilde y resignada, toda abismada en tu nada, no tendrá fuerza de acercarse. He aquí que donde tú creías perder, harás grandes adquisiciones. 29 2º. Respecto a la Comunión no quiero que te aflijas porque no sabes estar, debes saber que es una sombra de las penas que sufrí en el Getsemani, ¿qué será cuando te haga partícipe de los flagelos, de las espinas y de los clavos? El pensamiento de las penas mayores te hará sufrir con más ánimo las penas menores. Entonces, cuando en la comunión te encuentres sola, agonizante, piensa que te quiero un poco en mi compañía en la agonía del Huerto. Por tanto ponte junto a Mí y haz una comparación entre tus penas y las mías, mira, tú sola y privada de Mí, y Yo también solo, abandonado por mis más fieles amigos que están adormilados, dejado solo hasta por mi Divino Padre, y además en medio de penas acerbísimas, rodeado de serpientes, de víboras y de perros enfurecidos, los cuales eran los pecados de los hombres, y donde estaban también los tuyos, que hacían su parte, que me parecía que me querían devorar vivo. Mi corazón sintió tanta opresión que me lo sentí como si estuviera bajo una prensa, tanto que sudé viva Sangre. Dime, ¿tú cuándo has llegado a sufrir tanto? Entonces, cuando te encuentres privada de Mí, afligida, vacía de todo consuelo, llena de tristezas, de afanes, de penas, ven junto a Mí, límpiame esa Sangre, ofréceme esas penas como alivio de mi amarguísima agonía. Haciendo así encontrarás el modo de entretenerte conmigo después de la comunión; no que no sufras, porque la pena más amarga que puedo dar a mis almas queridas es el privarlas de Mí, pero tú, pensando que con tu sufrir me das consuelo, estarás contenta. 3º. En cuanto a las Visitas y Actos de Reparación, tú debes saber que todo lo que hice en el curso de los treinta y tres años, desde que nací hasta que morí, lo continúo en el Sacramento del altar, por eso quiero que me visites treinta y tres veces al día, honrando todos mis años y uniéndote conmigo en el Sacramento, con mis mismas intenciones, esto es, de reparación, de adoración. Esto lo harás en todos los momentos del día, el primer pensamiento de la mañana de inmediato vuele ante el Sagrario, donde estoy por amor tuyo, y me visites, el último pensamiento de la tarde, mientras duermes por la noche, antes y después de comer, al principio de cada acción tuya, caminando, trabajando”.
Mientras así me decía, me sentía toda confundida, y no sabiendo si podría lograr hacerlo le dije: “Señor, te pido que estés junto a mí hasta que tenga la costumbre de hacerlo, porque conozco que contigo todo puedo, pero sin Ti, ¿qué puedo hacer yo, miserable?” Y El benignamente agregaba:
“Sí, sí, te contentaré, ¿cuándo te he faltado? Quiero tu buena voluntad, y cualquier ayuda que quieras te la daré.”
Y así lo hacía.
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