Esta mañana mi siempre amable Jesús se hacía ver bajo una tempestad de golpes y con su dulce mirada me miraba pidiéndome ayuda y refugio. Yo me he arrojado hacia Él para quitarlo de aquellos golpes y encerrarlo en mi corazón, y Jesús me ha dicho:
“Hija mía, mi Humanidad bajo los golpes de los flagelos callaba, y no sólo callaba la boca, sino todo en Mí callaba: callaba la estima, la gloria, la potencia, el honor; pero con mudo lenguaje hablaban elocuentemente mi paciencia, las humillaciones, mis llagas, mi sangre, el aniquilamiento casi hasta el polvo de mi Ser, y mi Amor ardiente por la salud de las almas ponía un eco a todas mis penas. He aquí hija mía el verdadero retrato de las almas amantes, todo debe callar en ellas y en torno a ellas: estima, gloria, placeres, honores, grandezas, voluntad, criaturas, y si las hubiera debe estar como sorda y como si nada viera, en cambio debe hacer entrar en ella mi paciencia, mi gloria, mi estima, mis penas, y en todo lo que hace, piensa, ama, no será otra cosa que amor, el cual tendrá un solo eco con el mío y me pedirá almas. Mi Amor por las almas es grande, y como quiero que todos se salven por eso voy en busca de almas que me amen y que tomadas por las mismas ansias de mi Amor sufran y me pidan almas. Pero, ¡ay de Mí, qué escaso es el número de los que me escuchan!”
Libro de Cielo, Vol. 12, Cap. 75, Enero 2, 1919
“Hija mía, el callar dice alguna cosa más grande que no dice el hablar. El callar es decisión de quien no queriendo ser distraído, calla.”
Libro de Cielo, Vol. 18, Cap. 3, Septiembre 16, 1925
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