“¡Oh! cómo te quisiera presente en el acto en que resucitó mi Hijo, Él era todo majestad, su Divinidad unida a su alma manaba mares de luz y de belleza encantadora, de llenar Cielo y tierra, y como triunfador, haciendo uso de su poder, ordenó a su muerta Humanidad que recibiera de nuevo su alma y que resucitara triunfante y gloriosa a la vida inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la muerte diciendo:
“Muerte, tu no serás más muerte, sino vida.”
Con este acto de triunfo ponía el sello de que era Hombre y Dios, y con su Resurrección confirmaba el Evangelio, los milagros, la vida de los sacramentos y toda la vida de la Iglesia, y no sólo esto, sino que daba el triunfo sobre la voluntad humana debilitada y casi extinta en el verdadero bien, de hacer triunfar sobre ellas la vida de la Divina Voluntad, que debía llevar a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes, y al mismo tiempo arrojaba, en virtud de su Resurrección, el germen en los cuerpos de resurgir a la gloria imperecedera. Hija mía, la Resurrección de mi Hijo encierra todo, dice todo, confirma todo y es el acto más solemne que Él hizo por amor de las criaturas.”
La Virgen María en el reino de la Divina Voluntad. Dia 28.
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