La Vida de Jesús
fue un continuo abandono
en las manos del Padre
Continúo pensando en las penas de mi apasionado Jesús, y habiendo llegado al último instante de su Vida, he oído resonar en el fondo de mi corazón: “En tus manos, ¡oh! Padre, encomiendo mi espíritu.” Era la más sublime lección para mí, la llamada a todo mi ser en las manos de Dios, el pleno abandono en sus brazos paternos. Y mientras mi mente se perdía en tantas reflexiones, mi penante Jesús, visitando mi pequeña alma me ha dicho:
“Hija mía bendita, mi vida acá abajo, como comenzó así terminó, desde el primer instante de mi concepción fue un acto mío continuado, puedo decir que a cada instante me ponía en las manos de mi Padre Celestial, era el homenaje más bello que le daba su Hijo, la adoración más profunda, el sacrificio más heroico y completo, el amor más intenso de filiación que le daba; mi pleno abandono en sus manos volvía mi Humanidad hablante, y con voz imperante, que pedía todo y obtenía todo lo que Yo quería, mi Padre Celestial no le podía negar nada a un Hijo suyo abandonado en sus brazos, mi abandono de cada instante era el acto más agradable, tanto, que quise coronar el último suspiro de mi Vida con las palabras: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.’ La virtud del abandono es la virtud más grande, es comprometer a Dios a que tome el cuidado del abandonado en sus brazos; el abandono dice a Dios: ‘Yo no quiero saber nada de mí mismo, esta mi vida es tuya, no mía, y la tuya es mía.’ Por eso si quieres obtener todo, si me quieres amar de verdad, vive abandonada en mis brazos, hazme oír el eco de cada instante de mi Vida: ‘En tus manos todo me abandono.’ Y Yo te llevaré en mis brazos como la más amada de mis hijas.”
Libro de Cielo. Vol. 32, Cap. 7, Abril 23, 1933
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