Apr 11, 2019

La señal más cierta de que amamos al Señor es la cruz Vol 8 Cap 26



Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando por qué sólo la cruz nos hace conocer si verdaderamente amamos al Señor, siendo que hay tantas otras cosas como las virtudes, la oración, los sacramentos, que nos podrían hacer conocer si amamos al Señor. Mientras esto pensaba, el bendito Jesús ha venido y me ha dicho:

“Hija mía, es exactamente así, sólo la cruz es la que hace conocer si verdaderamente se ama al Señor, pero la cruz llevada con paciencia y resignación, porque donde hay paciencia y resignación en las cruces hay Vida Divina. Siendo la naturaleza tan reacia al sufrir, si hay paciencia no puede ser cosa natural sino divina, y el alma no ama más sólo con su amor al Señor, sino unida con el Amor de la Vida Divina, entonces, ¿qué duda puede tener si ama o no, si llega a amarlo con su mismo Amor? Mientras que en las otras cosas, y también en los mismos sacramentos, puede haber quien ama, quien contenga en sí esta Vida Divina, pero no pueden dar la certeza que da la cruz, puede ser, o no puede ser, y esto por falta de disposiciones; uno puede hacer muy bien la confesión, pero si faltan las disposiciones no puede decir ciertamente que ama y que ha recibido en sí esta Vida Divina; otro recibe la comunión, ciertamente recibe en sí la Vida Divina, pero puede decir que esa Vida permanece en él sólo si tenía las verdaderas disposiciones, porque se ve que muchos reciben la comunión, se confiesan, y ante las ocasiones y circunstancias no se ve en ellos la paciencia de la Vida Divina, y si falta la paciencia falta el amor, porque el amor se conoce sólo con el sacrificio, he aquí las dudas; mientras que la paciencia, la resignación, son los frutos que sólo produce la Gracia y el Amor.”

Libro de Cielo. Febrero 16, 1908, Vol. 8, Cap. 26




“¡Oh, cuánto me amarán cuando conozcan lo que hizo mi Humanidad en la Divina Voluntad, lo que me hizo sufrir por su amor. Mi cruz no fue de madera, no, fueron las almas, eran ellas que me las sentía palpitantes en la cruz en la que me extendía la Divina Voluntad, y ninguna se me escapaba, a todas daba su lugar, y para dar lugar a todas me distendía en modo tan desgarrador y con penas tan atroces, que las penas de la Pasión podría llamarlas pequeñas y alivios.”

Libro de Cielo. Febrero 16, 1923, Vol. 15, Cap. 7




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