Estaba pensando en el día en que mi dulce Jesús se fue al Cielo en su gloriosa ascensión, y en el dolor de los apóstoles al quedar privados de tanto bien; y mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, el dolor más grande de los apóstoles en toda su vida fue el quedar privados de su Maestro; conforme me veían subir al Cielo su corazón se destrozaba por el dolor de mi privación, y mucho más agudo y penetrante fue este dolor porque no era un dolor humano, una cosa material lo que perdían, sino un dolor divino, era a Dios que perdían, y si bien Yo tenía mi Humanidad, pero como resucitó, estaba espiritualizada y glorificada, por lo tanto todo el dolor fue en sus almas y penetrando, todos se sentían consumir en el dolor, tanto, de formar en ellos el más desgarrador y doloroso martirio, pero todo esto era necesario para ellos, se puede decir que hasta entonces no eran otra cosa que tiernos niños en las virtudes y en el conocimiento de las cosas divinas y de mi misma Persona, podría decir que estaba en medio de ellos y no me conocían ni me amaban de verdad, pero cuando me vieron subir al Cielo, el dolor de perderme rompió el velo y conocieron con certeza que Yo era el verdadero Hijo de Dios; el dolor intenso de no verme más en medio de ellos les hizo nacer la firmeza en el bien, la fuerza para sufrir todo por amor de Aquél que habían perdido; les parió la Luz de la Ciencia divina, les quitó los pañales de la infancia y los formó hombres intrépidos, no más miedosos sino valerosos. El dolor los transformó y formó en ellos el verdadero carácter de apóstoles; lo que no pudieron obtener con mi presencia, lo obtuvieron con el dolor de mi privación.”
Libro de Cielo, Vol. 16, Cap. 64, Mayo 29, 1924
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