“Los actos de la criatura preparan el terreno al sembrador divino”
“Y el que la recibe en tierra fértil…” (Mt: 13, 23)
“Hija mía, todos los actos buenos y santos de los profetas, patriarcas, y del pueblo antiguo, formaron el terreno donde el Ente Supremo sembró la semilla para hacer desarrollarse la Vida de la Celestial niña María, porque su germen fue tomado de la estirpe humana. La Virgen, teniendo en Sí la Vida obrante de la Divina Voluntad, amplió este terreno con sus actos, lo fecundó y divinizó, hizo correr en él, más que lluvia benéfica y restauradora, la santidad de su virtud, el calor de su amor, y dardeándolo con la luz del Sol de la Divina Voluntad que poseía como propia, preparó el terreno para desarrollar al Celestial Salvador, y nuestra Divinidad abrió el Cielo e hizo llover el Justo, el Santo, el Verbo, dentro de este brote, y así fue formada mi Vida Divina y humana para formar la Redención del género humano. Mira entonces, en todas nuestras obras dirigidas a bien de las criaturas queremos encontrar un apoyo, un lugar, un pequeño terreno donde poner nuestra obra y el bien que queremos dar a las criaturas, de otra manera, ¿dónde la ponemos? ¿En el aire? ¿Sin que al menos uno lo sepa y que nos atraiga con sus actos formando su pequeño terreno, y Nosotros como Celestial sembrador sembrar el bien que queremos dar? Si esto no fuese, que de ambas partes, Creador y criatura la formarán juntos, ella preparándose con sus pequeños actos para recibir, y Dios con el dar, sería como si nada hiciéramos o quisiéramos dar a la criatura. Así que los actos de la criatura preparan el terreno al Sembrador divino; si no hay tierra no hay que esperar la siembra, ninguno va a sembrar si no tiene un pequeño terreno, mucho menos Dios, Sembrador Celestial, arroja la semilla de sus verdades, el fruto de sus obras, si no encuentra el pequeño terreno de la criatura. La Divinidad para obrar, primero se quiere poner de acuerdo con el alma, después de que lo hemos hecho y vemos que ella quiere recibir aquel bien, hasta rogarnos y formarnos el terreno donde ponerlo, entonces con todo amor lo damos, de otra manera sería exponer a la inutilidad nuestras obras.”
Libro de Cielo, Vol. 28, Cap. 26, Septiembre 30, 1930
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