Las almas cuando están llenas de Dios, las
tempestades no tienen la fuerza para agitarlas
“¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!” (Mt: 8, 25)
Esta mañana me sentía más que nunca oprimida por la privación de mi sumo y único Bien, pero al mismo tiempo apacible, sin aquellas ansias que me hacían girar Cielo y tierra, y que sólo me detenía cuando lo encontraba. Y decía entre mí: “Qué cambio, me siento paralizada por el dolor de tu ausencia, sin embargo no lloro, me siento una paz profunda que toda me inviste, ningún aliento en contrario entra en mí.” En este momento el bendito Jesús ha venido y me ha dicho:
“Hija mía, no te quieras afligir, debes saber que cuando hay una fuerte tempestad en el mar, donde las aguas son profundas la tempestad no es más que superficialmente, la profundidad del mar está en la más perfecta calma, las aguas permanecen tranquilas y los peces cuando advierten la tempestad, para estar más seguros se van a refugiar donde las aguas son más profundas, así que toda la tempestad se descarga donde el mar contiene poquísima agua, porque como las aguas son pocas, la tempestad tiene la fuerza para agitarlas desde la superficie hasta el fondo y transportarlas a otros puntos del mar. Así sucede a las almas cuando están todas llenas de Dios, hasta el borde, hasta derramarse fuera, las tempestades no tienen la fuerza para agitarlas en lo más mínimo, porque contra Dios no hay fuerza que valga, a lo más la sentirán superficialmente, pero en cuanto advierten la tempestad ponen en orden las virtudes y se refugian en l más profundo de Dios; así que exteriormente parece que haya tempestad, pero todo es falso, porque es entonces cuando el alma goza de más paz y se reposa tranquila en el seno de Dios, como los peces en el seno del mar.
Todo lo contrario para las almas vacías de Dios, o que contienen algún poco de Dios, las tempestades las agitan todas, así que si tienen algo de Dios lo disminuyen, no se necesitan fuertes tempestades para agitarlas, basta un ligero viento para hacer huir de ellas las virtudes. Es más, las mismas cosas santas que para las almas llenas de Dios forman su alimento excelente y toman de él hasta saciarse, para las otras se convierten en tempestades, son sacudidas por todos los vientos, por todas partes, jamás es bonanza para ellas, porque la razón lo exige, que donde no está todo Dios, la herencia de la paz está lejana de ellas.”
Libro de Cielo, vol. 8, cap. 29, Marzo 15, 1908
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