“Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla”
(Mt: 13, 30)
Jesús, coronado de espinas, es tratado cual rey de burla y debe soportar insultos y penas inauditas; repara de manera especial los pecados de soberbia; y nosotros, ¿evitamos todo sentimiento de orgullo? ¿Atribuimos a Dios todo el bien que hacemos? ¿Nos sentimos inferiores a los demás? ¿Está siempre vacía nuestra mente de cualquier otro pensamiento para poder darle lugar a la gracia?
Muchas veces no le damos lugar a la gracia por tener nuestra mente llena de otros pensamientos; así que no estando nuestra mente llena de Dios, somos nosotros mismos la causa de que el demonio nos moleste, y casi que somos nosotros mismos quienes fomentamos las tentaciones. En cambio, cuando nuestra mente está llena de Dios, si el demonio quiere acercarse a nosotros, no encontrando lugar en dónde sugerirnos sus tentaciones, se aleja lleno de confusión, porque los pensamientos santos tienen tanta fuerza contra el demonio, que mientras él hace como que quiere acercarse al alma, dichos pensamientos son como espadas que lo hieren y lo alejan.
Por eso en vano nos lamentamos cuando el enemigo nos está molestando; es nuestra poca vigilancia la que incita al enemigo a atacarnos, pues está siempre espiando nuestra mente para poder encontrar pequeños vacíos y poder lanzar su ataque. Y entonces, en vez de darle alivio a Jesús con nuestros santos pensamientos y así quitarle las espinas de la cabeza, con suma ingratitud se las enterramos aún más haciéndole sentir dolores más amargos; y así la gracia queda frustrada y no puede desarrollar en nuestras mentes su trabajo dándonos santas inspiraciones.
Muchas veces es peor todavía: mientras sentimos el peso de las tentaciones, en vez de ofrecérselas a Jesús para consumarlas en el fuego de su amor, nos ponemos a pensar, nos entristecemos, hacemos cálculos sobre las mismas tentaciones, por lo que no solamente nuestra mente está ocupada en estos malos pensamientos, sino que también todo nuestro ser queda envuelto en ellos y entonces sí que casi se necesitaría un milagro de Jesús para desatarnos. Y Jesús, a través de esas espinas parece que nos mira y nos dice:
« ¡Ah, hijo mío, eres tú mismo quien no quiere mantenerse unido a mí!, si tú te hubieras acercado de inmediato a mí, yo mismo te habría ayudado a liberarte de las molestias que el enemigo te ha puesto en la mente y no me habrías hecho anhelar tanto tu regreso a mí. Estuve buscando ayuda de tu parte para que me quitaras estas espinas tan dolorosas, pero he esperado en vano, porque tú te hallabas ocupado con el trabajo que el enemigo te había procurado. ¡Oh, cuánto menos serías tentado si te arrojaras de inmediato a mis brazos! El enemigo, teniendo miedo, no de ti sino de mí, te dejaría ».
Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; De las 9 a las 10 de la mañana: La Coronación de espinas de Jesús. “¡Ecce Homo!”. (Reflexiones y Practicas)
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