Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús ha venido, y poniéndome su santa mano bajo el mentón me ha dicho:
“Hija mía, tú eres el reflejo de mi gloria.”
Después ha agregado: “En el mundo me son necesarios espejos donde ir a mirarme. Una fuente sólo puede servir como espejo para que las personas puedan mirarse, cuando la fuente es pura, pero no ayuda el que la fuente sea pura si las aguas son turbias; es inútil a aquella fuente el vanagloriarse de la preciosidad de las piedras en las cuales está fundamentada, si las aguas son turbias; ni el sol puede hacer perpendiculares sus rayos para hacer aquellas aguas plateadas y comunicarles la variedad de los colores; ni las personas pueden mirarse en ellas. Hija mía, las almas vírgenes son la similitud de la pureza de la fuente, las aguas cristalinas y puras son el recto obrar, el sol que hace perpendiculares sus rayos soy Yo, la variedad de los colores es el amor. Así que si no encuentro en un alma la pureza, el recto obrar y el amor, no puede ser mi espejo; estos son mis espejos en los cuales hago reflejar mi gloria, todos los demás, a pesar de que sean vírgenes, no sólo no me puedo mirar en ellos, sino que queriéndolo hacer no me reconozco. Y el signo de todo esto es la paz, por esto conocerás cuán escasos espejos tengo en el mundo, porque poquísimas son las almas pacíficas.”
Libro de Cielo, Vol. 10, Cap. 52, Febrero 3, 1912
“Quien se está unido con mi Humanidad ya se encuentra a la puerta de mi Divinidad, porque mi Humanidad es espejo al alma, del cual se refleja la Divinidad en ella”
Libro de Cielo, Vol. 6, Cap. 117, Junio 23, 1905
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